Por Bengt Oldenburg, historiador del arte
Esta es una excelente oportunidad para hablar de la actualidad de la obra de León Ferrari.
Una prueba es que su “Civilización cristiana y occidental”, creada hace más de medio siglo, ahora se expone en el Museo Nacional de Bellas Artes, visible desde la calle.
Es útil confrontar su imagen de la Crucifixión con nuestra situación actual, que exige reflexionar sobre lo que hemos hecho con la civilización, con la religión cristiana y con el Occidente.
Las primeras obras de León fueron cerámicas, y refugiado en Brasil produjo unas esculturas sonoras, pero en la mayoría de sus trabajos usaba su arte para confirmar su compromiso moral. Como cuando, ya en 1963, expuso dibujos en museos europeos, junto con artistas de la talla de Michaux, Klee y Pollock. Entre ellos figuraba su “Carta a un general”, donde rompe los moldes de la escritura para transformarla en garabatos que denuncian la imposibilidad de diálogo con quienes ejercen la violencia contra el cuerpo social.
No se quejaba: atacaba con arte e inteligencia. Mi gran y añorado amigo se definía como ateo, pero su “Crucifixión” quizás sea la obra más fuerte del género desde el retablo de Grünewald, hace cinco siglos. También produjo una obra de teatro, “Palabras ajenas”, junto con su mujer, Alicia Barros Castro. Es un collage de textos que incluye tanto citas de Hitler como de un papa y de un presidente norteamericano, mezclados con boletines de la guerra de Vietnam, opiniones de periodistas y políticos e, incluso, algún fragmento de la Biblia. Estrenada en 1967, sigue siendo una obra de culto, representada en teatros en todo el mundo.
Casi cuarenta años después, en 2004, su retrospectiva en el Centro Cultural Recoleta causó escándalo. Fue un mordaz comentario sobre el silencio de la Iglesia frente al terrorismo de Estado ejercido por el régimen militar entre 1976 y 1983. Cerrada por la Justicia, volvió a abrir, hubo campañas pro y contra en los medios, procesiones de fieles indignados, y hasta una intervención del futuro papa, el entonces arzobispo de Buenos Aires, Jorge Bergoglio, quien acusó a León de blasfemia. Como Francisco, hay que decirlo, ha mostrado otras facetas y, a su vez, ahora recibe críticas y presiones de sectores cristianos.
Lo que León denunció, en el fondo, es el deterioro cada vez más extendido de nuestra civilización. Para hacer eso, tuvo que someter todos los factores a una mirada crítica: el discurso y actuar de los poderosos, e incluso la religión que él había heredado. Su modo de hacerlo, como artista, ha dejado una impronta duradera sobre la realidad. Para quien quiera entender lo que nos espera, sólo tiene que mirar. Empezando por ese cuerpo, que nos representa, y cuelga, en agonía, de una máquina de destrucción.