Tomo una pluma y empiezo una línea dentro del rectángulo de papel y mañana otra línea en otro rectángulo y pasado mañana otra: siempre en rectángulos. No modifico el perímetro, no recorto con tijera entradas, agujeros, bahías, penínsulas, ensenadas, perfiles de hombros o axilas, para después comenzar el dibujo. No deformo el rectángulo: en su destrucción muere la pureza. Homenaje al rectángulo es cada uno de los millones de dibujos que el hombre hizo dentro de ese marco anónimo humilde y callado que se retira y esconde para que el contenido quede desnudo y visible como mujer sin camisón en el cuadrilátero de la sábana. Acurrucada en un ángulo, desplegada en el medio o encogida en un borde, la línea recorre el papel libre gestora de su destino, con rayas a veces delgadas accidentadas y medio borrosas, como cuando uso papel para aguafuerte y demoro el trazo con la pluma cargada que ensancha la línea lanzando tentáculos en su avance, raíces que buscan agua o jugos que alimenten sus pensamientos, o líneas continuas o trazos cortados uno junto a otro para hacer las sombras de un seno, esas sombras que se trazan como caricias sobre el papel trasformado en piel de amada con el cuidado de no lastimarla con la punta de la pluma que parece cincel o espátula convirtiendo el papel en relieve de recuerdos, cuando uno hasta quiere ser ciego para que toda esa vida que le corre por dentro se amontone en las yemas de los dedos y sólo en la yema de los dedos para poder quizás llegar a comprender a imaginar ciego pero con esos dedos tan sagaces el relieve el perfil el significado de pezones y humedades. A veces libre a veces rebotando contra el marco implacable de los bordes, paredes en la celda de un monasterio en la cárcel o en la tumba, esos bordes que son el límite, la valla, lo imposible que separa nuestro dibujo del dibujo que hace el plano apoyado en la mesa en su avance vertiginoso hacia el infinito cortando nuestra casa la del vecino la gente que está comiendo, pasando por encima o por debajo de los que duermen o se besan y en las intersecciones con cosas árboles nubes viento y luego, tangente al globo y separándose, niebla y nada.
Pero en el aire puede también repetirse el dibujo rectangular que proyectado al espacio se trasforma en prisma cuyas caras y aristas serán ahora el marco anónimo la repetida impersonal envolvente transparente dentro del cual sólo tiene la línea que buscar su lugar. Los hilos entonces, los alambres rectos o curvos, se cruzan se sostienen se suman se enredan en un laberinto vinculado a otro y a otro cerca de un vértice o de un arista lejana con un sol, un estallido, un nido de rayas medio escondido detrás de otros o confundiéndose con otros que están detrás de él o que lo cubren o descubren según se mueva la retina o la luz, con las sombras escapándose de los brillos y modificando el color y el valor de la vecina que aparece desde la penumbra o desde un costado como si fuera un acento, el rasgo de una nueva letra o el eco de un mensaje anterior. Fríos paralelepípedos simples por fuera como los cantos de un papel y libres por dentro para mostrar sus arrugas alegrías cansancio y los canales, la red de zanjas estrechas que riegan carne e imaginación, desesperación y orgasmo, las acequias que traen roja la vida y se llevan los pedazos azules de la aún no definitiva muerte.
El Museo Nacional de Bellas Artes agradece a la Fundación Augusto y León Ferrari Arte y Acervo (FALFAA).